Minería Ilegal, El Cáncer de LOS FARALLONES

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Como si fueran células malignas que actúan sobre un cuerpo sano, centenares, quizá miles de mineros ilegales, están carcomiendo las entrañas de la cordillera occidental en busca de oro. Mientras en Cali dos millones y medio de personas siguen sus vidas como si nada pasara, la gran reserva natural que bordea a la ciudad sufre un ataque brutal que arrasa con su delicado ecosistema. Es un asalto tan feroz, que incluso lograron secuestrar un río. Un equipo periodístico de El País se internó diez días en la montaña, y llegó hasta el corazón de Los Farallones. Allí fue testigo de la que es quizá peor tragedia ambiental de Cali en toda su historia. Esto fue lo que encontramos.

Radiografía de la montaña
La extracción ilegal de oro deja como saldo más de 700 hectáreas de bosque taladas, cientos de socavones que atraviesan las montañas, sedimentos cargados de mercurio y cianuro que se descuelgan por las laderas y nacimientos de agua no aptos para el consumo humano.

La danza del mercurio
La procesión del Parque Natural Farallones va por dentro. La alfombra verde que cubre perfectamente las montañas en las que nacen seis de los siete ríos que bañan a Cali es apenas una ilusión óptica, un espejismo.

Oculta bajo ese manto blanco de niebla, la extracción ilegal de oro está dejando un daño ambiental de proporciones inimaginables en la que se supone que es la reserva natural más grande e importante del suroccidente colombiano.

El País se internó durante diez días en un viaje al corazón mismo de los Farallones, donde el panorama es desolador: cientos de hectáreas de bosque taladas, centenares de socavones que atraviesan de lado a lado las montañas, sedimentos cargados de mercurio y cianuro que se escurren por las laderas y corrientes delgadas de agua que nacen no aptas para el consumo humano.

Enormes cicatrices
La agonía del Parque Natural Farallones, quién lo creyera, empieza justo al frente del puesto de salud de Peñas Blancas. A lomo de mula han salido de allí en la última década sin restricción alguna motosierras, explosivos, plantas eléctricas, combustible, productos químicos y todos los elementos que utilizan los mineros para la extracción ilegal del oro.

Allí mismo inició El País la travesía, que en las primeras horas de camino se vio acompañada por el sonido del agua y el canto de los pájaros en la selva húmeda, pero tras cuatro horas de marcha empieza la montaña a mostrar la gravedad de sus heridas.

A 3100 metros de altura aparece el llamado Campamento de Zacarías, una mina enorme que fue desmantelada en el mes de abril pasado, pero que mantiene intactas las huellas de la motosierra.

Enormes raíces de pinos y encenillos, las variedades de árboles más afectadas según funcionarios de Parques Nacionales, permanecen abrazadas a la montaña, mientras la madera es obligada a ser cómplice de esta actividad ilegal.

Las más de 700 hectáreas de bosque nativo que han sido taladas no solo permiten desnudar la montaña para ir tras las vetas de oro; esa misma madera se utiliza en la construcción de campamentos para los mineros, en la adecuación de andamios para la maquinaria que pulveriza las rocas y como soporte para evitar derrumbes o accidentes dentro de los socavones.

Una hora de camino más arriba por entre improvisadas trochas permanece el que sirve hoy a Parques Nacionales y al Ejército como campamento base; el más grande hallado en el parque hasta el momento y que parece más un paisaje importado de las playas del Caribe.

Luego de que ha sido triturada la piedra caliza y procesada con cianuro y mercurio hasta extraerle la última chispa de oro, el sedimento que queda se extiende por todo el suelo del campamento formando una capa de arena blanca de hasta cinco centímetros de gruesa.

En este punto, el mayor daño ambiental lo representan enormes huecos formados entre la tierra con improvisados suelos de plástico negro que sirven como tanques de cianuración para el lavado del oro y que al llenarse con la lluvia empieza la danza del veneno a correr ladera abajo y a infectar las aguas subterráneas.

La magnitud del daño al ecosistema y la millonaria inversión en maquinaria, equipos y víveres hallados para la minería, según el general Wilson Cháwez, comandante de la Tercera Brigada del Ejército, prueban que esta actividad está siendo coordinada por bandas criminales

El alto oficial aseguró que existe un círculo vicioso entre organizaciones delincuenciales y bandas dedicadas al narcotráfico para mantener esta actividad ilegal con la que no solo financian la destrucción del Parque, sino que apagan cualquier fuente de vida.

Una destrucción que muestra otra postal lamentable a nueve horas de camino, cuando se llega a la llamada zona del derrumbe, donde por efectos de la minería ilegal se produjo un deslizamiento que le arrancó de tajo la piel a la parte frontal de una montaña, que incluso puede verse desde Cali en los días más soleados.

Llegando al alto del Buey, justo donde nace el río Cali a 4100 metros de altura, aparecen expuestas las entrañas de varias montañas ante el daño hasta hoy desconocido en este santuario natural, es inevitable sentir una mezcla de rabia, dolor e impotencia.

Desde la distancia se ve un enorme laberinto de socavones, algunos de hasta tres y cuatro niveles, en los cuales transitan perfectamente erguidos los más de 500 mineros que con carretillas y baldes extraen la roca arrancada del alma del parque, según cifras extraoficiales, aunque hay quienes aseguran que el montaje encontrado hasta el momento es para albergar a más de mil personas.

“Este es otro barrio de Cali; nadie se imagina la cantidad de personas que viven y trabajan por entre la tierra. Es como si oculta entre las montañas de los Farallones estuviera la comuna 23”, indicó un funcionario de Parques Nacionales, mientras destruyen el material encontrado en uno de los campamentos.

Desde el Alto del Buey se inicia un descenso pronunciado que conduce al lugar en el que la naturaleza da vida a la mayor cantidad de nacimientos de agua.

Dos horas abajo aparece la tristemente célebre quebrada La Mina, en el sector del Socorro; la misma que surte de agua al río Felidia y luego es afluente del río Cali, y que fue desviada a través de un túnel hacia el Pacífico, para ser utilizada en la minería ilegal, como lo informó en exclusiva El País hace dos semanas

La advertencia que hace Parques Nacionales a quienes acceden a la zona de reserva, de no beber el agua directamente de las quebradas, sentencia la realidad de Los Farallones.

Sobre todo cuando análisis de laboratorio revelan la presencia de niveles de mercurio en sedimentos que superan hasta 80.000 veces los valores máximos permitidos en el cuerpo humano.

Es innegable que el Fenómeno del Niño ha generado una sequía en Cali de la que no se tenia razón hace más de 70 años, pero también es cierto que los nacimientos de agua en el Parque no están llegando a fortalecer los ríos porque son desviados por kilómetros de mangueras hasta lugares de difícil acceso para poder lavar oro.

Hoy, de las grandes quebradas que se veían en el parque solo puede dar fe el ancho de los lechos por donde corren delgados hilos de agua que más que nacimientos, parecen el llanto de una montaña que se resiste a morir.

Fuente: El País

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